Le pusieron el nombre en homenaje al padre de Sherlock Holmes, pero le podrían haber llamado también Moisés, el rescatado de las aguas. Doyle, un bodeguero andaluz mestizo, recibe con inquietud al desconocido. Este perro, de dos años, fue arrojado de cachorro al Guadalquivir por un descerebrado. Hoy es el festivo cancerbero del Lonewolf. Su desconfianza se transforma en un convulsivo y alegre movimiento de cola en cuanto lo acarician. Que una mascota con aspecto de peluche sea la mayor intimidación de una escuela de artes marciales tiene mérito. O no. Porque, más que a pelear, en este gimnasio de Coria del Río (Sevilla) se enseña a ser humilde. Esa es la mejor arma. Y el peor enemigo, uno mismo. Este no es un templo de la violencia. Aquí no se pierde ni se gana, se aprende a perder y a ganar. Y, sin embargo, bajo este techo han nacido deportistas como Fernando Bizcocho, de 13 años. En un equipo de fútbol estaría en infantiles. En el ring, Fernando es Umpa Lumpa. Lo apodaron así por los diminutos personajes de la novela de Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl, que Tim Burton llevó al cine. Desde entonces, Umpa Lumpa se ha agigantado y ya ha ganado varios campeonatos de muay thai o boxeo tailandés. El Lonewolf, en una antigua nave industrial, no es sólo la cuna de promesas de los deportes de contacto. También ha alumbrado estrellas nacionales e internacionales que ya son toda una realidad, como Lara Fernández, de 23 años. Lara parece la hermana pequeña de la actriz Gugu Mbatha-Raw, la protagonista de Belle. Vestida de calle se la podría confundir con una bailarina. Pero las apariencias engañan. Cristiano Ronaldo envidiaría sus abdominales. Cuando se la ve en acción, es imposible no revivir el sueño de Muhammad Ali: “Vuela como una mariposa y pica como una abeja”. Antes de seguir, una recomendación. Quienes opinen que este no es un deporte para mujeres, deberían leer Lady Tyger (Libros del KO), de Silvia Cruz Lapeña. Este ensayo biográfico es corto y contundente como un uppercut. La biografiada es una pionera del boxeo femenino en Estados Unidos, Marian Trimiar. Cuando le preguntaban por qué peleaba, respondía: “Yo no peleo, combato”. Y cuando le insistían, decía algo que hoy secundarían todas las Laras del mundo: “Mi cuerpo, mi vida”.Este reportaje no pretende defender el boxeo, pero sí a las boxeadoras. Marian, de 66 años, nacida en el Bronx y ahora alejada de los guantes, también decía: “El machismo mata a más mujeres que el boxeo”. Eso mismo repite Lara Fernández, que ha comenzado la lectura de Lady Tyger en vísperas de una de sus citas más importantes. Este 8 de marzo se enfrentará en Londres a la inglesa Grace Spicer por el título mundial de muay thai en la categoría de -50,8 kilos. Gane o no, ya ha hecho historia. Hace unos años se proclamó campeona del mundo amateur de k1 y campeona europea accidental de full contact. Accidental porque apenas había practicado esta modalidad y fue sólo para adquirir experiencia. ¡Y ganó! A fines del 2019 llegó su eclosión. Ganó el campeonato profesional de España de muay thai y el título mundial de k1-ISKA (International Sport Kickboxing Association). Y, por si fuera poco, se hizo con este cetro en -59 kilos, cuando su peso natural ronda los 53. Además, la pelea se celebró en Bélgica y ante la belga Kelly Denoiko. Al día siguiente, de madrugada, trabajaba en una gasolinera. Pudo competir porque sus compañeros le cambiaron el turno. Luego se acabó su contrato de sustitución. Campeona y en paro. En este deporte con tan buena mala imagen sólo se forran las manos. Los éxitos le cuestan dinero. Logró el campeonato de España de muay thai, y los mismos que se llenan la boca con el empoderamiento femenino y los éxitos deportivos de las mujeres le dedicaron una mísera o nula atención. La situación cambió un poco con el título mundial de k1. Pero incluso así sus mayores reconocimientos por ahora han sido sendas invitaciones a los palcos del Betis y del Coria CF, el equipo de su alma y el de su pueblo de adopción. Sus únicos patrocinadores son dos. El Instituto Español, una centenaria empresa de perfumería y cosméticos, le paga 5.000 euros al año. Y Ronin Wear, una marca de ropa deportiva, le suministra material y una suma simbólica de dinero. Con su 1,68 de altura y sus 54 kilos de fibra y músculos, su sonrisa de dentífrico y su cara de ángel, debería ser un imán para los anunciantes. Pero aún no lo es y debe hacer equilibrios para costearse su preparación y competir en muay thai y k1. ¿Qué es una cosa y qué la otra? Si el boxeo clásico fuera la poesía, el muay –el deporte nacional de Tailandia– sería la prosa. Se lo conoce como la lucha de los ocho golpes porque se puede emplear los puños, los codos, las rodillas y las piernas. Entre otras diferencias, en el k1 están vetados los codos, y cuando hay un agarre sólo se puede golpear una vez con la rodilla a la contrincante. En el muay se pueden dar tantos rodillazos como la luchadora pueda… o tantos como permita el árbitro.“Voy a decir algo políticamente incorrecto: el k1 no es una evolución, sino una involución del milenario muay thai”, opina Jaime Cantos. Este instructor y experto en artes marciales regenta el Lonewolf y es uno de los dos entrenadores de la campeona. El otro es Manuel Ortego, su preparador físico y nutricionista, del club Bushido, también de Coria del Río. El tercer nombre clave de su esquina es el luchador Pedro Martínez, Pedro de Almería, que la acompaña muchas veces al extranjero y le hace de técnico. El primero planifica su carrera. Jaime Cantos, diplomado en Magisterio, en la especialidad de Educación Física, es el embajador en España del hawaiian kenpo kárate, posiblemente una de las artes marciales más completas y que aprendió en Estados Unidos. También es seleccionador de k1 y muay thai, además de accionista del World Siam Stadium de Bangkok, un recinto para peleas con capacidad para 1.800 espectadores. Pero, sobre todo, es un armario ropero de tres puertas y cien kilos con quien conviene llevarse bien. No es difícil, a juzgar por la bonhomía con la que trata a sus pupilos, en especial a los pequeños. Hugo, de dos años, el benjamín del Lonewolf, pasea por el tatami cogido de su mano. “Mi esposa y yo no tenemos hijos, pero sí 400 alumnos. Casi mil, si se suman todos los que hemos entrenado”. Jaime y Yolanda, su mujer, son también los tíos de Sofía Martos, que el 22 de junio cumplirá 18 años y a la que introdujeron en este mundillo cuando sólo tenía dos. A.J. Liebling, maestro de la ironía y de la crónica pugilística, afirma en La dulce ciencia (Capitán Swing) que hay que comenzar pronto si se quiere llegar lejos. A veces, explica, se dan casos insólitos, como el de Tony Canzoneri (1908-1959), campeón del mundo de los pesos pluma, ligero y welter, a pesar de que no se calzó un guante “hasta la tardía edad de ocho años”. Considerada hoy la mejor luchadora júnior del mundo, Sofía Martos se ha expatriado para progresar todavía más. Vive y se entrena en la capital tailandesa, en casa del catalán y excampeón Pitu Sans, el introductor del muay thai en España, junto al andaluz José Carlos Jaramillo. Sofía parecía predestinada por sus genes y su familia, pero ¿y Lara? No es un juego de palabras: de Cebolla a Sevilla. Hija de una dominicana y un español, Alicia y Juan, nació en Talavera de la Reina (Toledo), pero sólo porque no había hospital en su pueblo, a 30 kilómetros por carretera. Allí, en Cebolla, vivió hasta los 17 años, cuando se marchó a Coria del Río, su Bang­kok particular. Lo hizo para entrenarse con Jaime Cantos.Un espectáculo que vio tres años antes, cuando tenía 14, fue el detonante. “Esta noche, velada de muay thai en el polideportivo municipal”. “¿Muay qué? ¿Y eso qué es?”, pensó ella. Era le tournant, que dicen los franceses. Ese punto de inflexión que nos cambia la vida para siempre. Nunca había practicado artes marciales y su máxima idea para ejercitarse era bailar funky, pero a partir de aquel día supo a qué se dedicaría. En aquella velada hubo doce combates masculinos y uno femenino. Más o menos, como hoy. “Los promotores –explica Lara Fernández– dicen que somos más aburridas, que nuestras peleas sólo pueden ser a cinco asaltos de dos minutos, en lugar de cinco de tres, como las de ellos. ¿Pero si hay menos comba­tes y duran menos, cómo vamos a ofrecer más espectáculo?”. Algunos chulitos de gimnasio acostumbran a decir: “Pegas como una chica”. Estos bocazas (y esos promotores) deberían subir a un ring con ella, firme partidaria de que los asaltos de las mujeres también duren tres minutos. “Este es un deporte duro, pero debe ser duro para todo el mundo”. Que suban con ella o con Sara Ortiz, Estela García, la inglesa Iman Barlow, la francesa Lizzie Largillière, la neerlandesa Ella Grapperhaus... A ver si aguantan tres minutos. Deportes tradicionalmente masculinos, como la halterofilia, amplían horizontes. El caso de las levantadoras de peso es llamativo. Sus licencias federativas han crecido un 233% en Catalunya y un 134% en el resto de España. Somos una potencia en rugby (siete veces campeonas de Europa, cinco de forma consecutiva), con estrellas como Anna Puig, de la UE Santboiana, o Patricia Rodríguez, del Olímpico de Pozuelo. Y qué decir del baloncesto, del balonmano, del... Los chicos aún son mayoría en las escuelas de boxeo y de artes marciales, pero cada vez hay más chicas. ¿Por qué? Nadie tiene mejor respuesta que Leonor, de nueve años, una de las niñas del Lonewolf, como Saray, de 12, que ya compite en torneos. El día del reportaje, la chiquillería andaba algo revuelta. Jaime Cantos, el profe, tuvo que echar mano de las amenazas para que le hicieran caso: “A ver si castigo a alguna y no la dejo disfrazarse de princesa en el carnaval del club”. El tiro le salió por la culata. Leonor –repitámoslo: de 9 años y que acabó sin un calcetín por la fuerza de sus patadas al saco– exclamó: “¿Y quién quiere ir de princesa?”. El final del cuento ha cambiado. Ahora ellas quieren matar al dragón. “Es normal que triunfen en los campos más exigentes. Su capacidad de sufrimiento es mayor que la nuestra. Están más predispuestas física y mentalmente. Hablemos claro: ¡son más luchadoras que nosotros!”, admite Jaime Cantos.A Lara Fernández, un excelente ejemplo de esa capacidad de sufrimiento, le tocó el gordo en la lotería genética, pero no todo ha sido fácil. Su palmarés incluye 53 combates, con 39 victorias, 11 derrotas y tres ­nulos. Una de las decepciones que más le escocieron se produjo cuando era una cría de 16 años, el 24 de abril del 2013, en Liverpool. Ese día se enfrentó a la galesa Sian Jones, de más de 30 años y que podría haber interpretado el papel de la killer de Million Dollar Baby. Le aguantó los cinco rounds y perdió a los puntos. Pese a todo, entre asalto y asalto, su contrincante se tenía que sentar en el taburete. Ella, no. Aguantaba de pie, sonriente. Siempre lo hace. No necesita descansar. Mientras aguardaban el veredicto, las dos boxeadoras eran la noche y el día. Sian Jones respiraba con dificultad y abría mucho la boca para llevar el máximo de oxígeno a sus pulmones. Ella estaba como si nada. Su magnífica condición física sale a relucir hasta en los peores momentos. La noche de este domingo 8 de marzo disputará el título mundial de muay thai en Londres. Si todo sale bien, apenas seis días después se enfrentará a la francesa Emma Góngora en una pelea de k1 (sin título en juego, sólo por el caché) en la War of Titans de Madrid. Es muy poco tiempo de recuperación entre un duelo y otro, y más cuando tuvo que interrumpir abruptamente sus entrenamientos por un susto. El 11 de enero peleó en Zhuhai, en la provincia china de Cantón, en el torneo Wu Lin Feng de k1. Ganó a los puntos a la local Li Mingrui. Semanas después, el 29 de enero, en plena psicosis por el coronavirus, tuvo una fiebre muy alta y fue al hospital Virgen del Rocío, donde la tranquilizaron y le prescribieron siete días de reposo. Era una simple gripe. A pesar de sus más de 38,2 grados de calentura, la doctora que la examinó destacó su “excelente estado general”. En China logró su bolsa más importante, unos mil euros. Pero en el 2018 sólo tuvo cuatro combates. Y dos en el 2017. Lo dicho: aquí sólo se forran las manos. Su sueño no es ganar dinero, sino evitar gastárselo todo en la competición. Para recuperar el tiempo perdido y reforzar su puesta a punto, a mediados de febrero se fue dos semanas a Londres, al Gym Lumpini Grawley, de John Jarvis, the Boss. Lo pudo hacer porque este afamado entrenador de muay thai es su amigo y no le cobra nada, pero quedan los gastos del viaje, las dietas y su hotel. Y todo, todo, todo sale de su bolsillo. ¿Compensa tanto sacrificio? La respuesta de Lara Fernández repite de nuevo las palabras de Marian Tramiar: “Es mi vida y es mi cuerpo”. De hecho, quien habla así no es la luchadora, sino la hija de Alicia y Juan. La hermana mediana de Alejandra e Iván. La niña que se extasiaba ante la hoguera que cada año se enciende en su pueblo, en Cebolla, junto a la ermita de San Blas, con motivo de la Candelaria. Lara cierra los ojos y se ve allí, de romería, hace muchos años, preguntándose: “¿Qué seré de mayor?”.Lo sabe desde que se formuló otra pregunta: “¿Muay qué?”. Es y será luchadora profesional. No se imagina de otra forma. Dentro de 20 años espera vivir del deporte, seguramente como entrenadora, diciendo a otras niñas: “Si quieres, puedes”. Ella lo ha tenido mucho más fácil que Marian Trimiar, y esas niñas lo tendrán mucho más fácil que ella. Ha padecido el machismo, como cualquier mujer, pero más “fuera del cuadrilátero que dentro”. Aunque se ha avanzado mucho, también ella, como Laila, la hija de Muhammad Ali, ha tenido que escuchar: “Eres demasiado guapa para pelear”. ¿Se imaginan que alguien le hubiera dicho algo remotamente parecido a los apolíneos Max Schmeling, ­Floyd Patterson o el propio Ali? Un tabú impide en Tailandia que las boxeadoras suban al ring por encima de las cuerdas. Lo tienen que hacer por debajo. La explicación es cavernícola: para impedir que sus genitales impuros rocen un símbolo que este país, como antes Siam, considera sagrado. “Todo eso son tonterías”, dice Lara, a la que preocupa más cómo salir del cuadrilátero que cómo entrar. Tiene razón, pero no deja de ser metafórico: los hombres, por encima; las mujeres, por debajo. Ellos, arriba; ellas, abajo. No hemos explicado su montaña rusa con la dieta para competir ora en un peso, ora en otro. La llaman Pizza Power porque la pizza (sobre todo, la boloñesa, su preferida) es su principal baza para engordar. Tampoco hemos explicado las cualidades de su próxima rival, Grace Spicer, temible en el trabajo de agarre. La inglesa, a la que deberá mantener a raya con las piernas, será su último obstáculo para alzarse con el título mundial de muay thai del WBC (World Boxing Council) en la categoría de 50,8 kilos. Si todo va bien, una semana y muchas pizzas después se medirá con la francesa Emma Góngora en una pelea de k1, en principio pactada a -56, que ella espera consensuar finalmente a -54. Deberá subir un mínimo de 3,2 kilos en seis días. En otras ocasiones le toca adelgazar. Resulta imperdonable dejar estas y otras cuestiones tan relevantes para el final de una crónica pugilista, pero en el fondo este texto no trata sobre el boxeo. Tampoco sobre las boxeadoras. Trata sobre mujeres que quieren reinar sin necesidad de ser princesas.